CUENTOS
LA RANA Y LA PRINCESA
Había una vez un príncipe a quien una mala bruja echó una maldición y convirtió en rana.
Todas las mañanas el príncipe-rana iba a croar a la charca de una princesa, con la esperanza de que ella le diera el beso de amor que desharía el hechizo.
Un día la princesa se acercó a la rana:
--Sé que eres un príncipe encantado--le dijo--llevo días viniendo a escuchar tu música bella, ¿puedo tomarte en mis manos para besarte?
El príncipe batracio no podía estar más feliz, ¡por fin podría volver a ser quien era! y encima, se iba a beneficiar a una tipa con dinero, menudo braguetazo.
Pero el final feliz no ocurrirá,
porque esta princesa no quiere ni oir hablar de príncipes,
ni cree en ellos,
ni tiene la menor intención de besar a nadie,
sólo es que las ancas de rana a la parrilla son su debilidad, y de vez en cuando se le antojan para la cena, por eso va a esa charca.
Todas las mañanas el príncipe-rana iba a croar a la charca de una princesa, con la esperanza de que ella le diera el beso de amor que desharía el hechizo.
Un día la princesa se acercó a la rana:
--Sé que eres un príncipe encantado--le dijo--llevo días viniendo a escuchar tu música bella, ¿puedo tomarte en mis manos para besarte?
El príncipe batracio no podía estar más feliz, ¡por fin podría volver a ser quien era! y encima, se iba a beneficiar a una tipa con dinero, menudo braguetazo.
Pero el final feliz no ocurrirá,
porque esta princesa no quiere ni oir hablar de príncipes,
ni cree en ellos,
ni tiene la menor intención de besar a nadie,
sólo es que las ancas de rana a la parrilla son su debilidad, y de vez en cuando se le antojan para la cena, por eso va a esa charca.
la rana y el escorpión
Había una vez un escorpión que, huyendo de un incendio, llegó a la orilla de un río. Si lograba cruzar el río estaría a salvo del fuego, pero por desgracia no sabía nadar.
Acertó a pasar por ahí una rana de potentes ancas y brillante colorido. Además de tener estas virtudes, la rana también acontecía a ser muy generosa y solía preocuparse por otros animales.
--Oh, escorpión, veo que te encuentras en un serio aprieto. Si prometes no picarme, te ayudaré a cruzar el río: sólo tienes que subirte a mi espalda.
El escorpión dio brincos internamente por su buena fortuna.
--Claro, Rana. No te picaré, te lo prometo--y en serio pensaba no hacerlo.
La Rana no se lo cree, ya conoce a los escorpiones y cómo han venido jodiendo a otras ranas desde que el mundo es mundo con esta historieta kamikaze del río. Aún así, le sonríe y se coloca más cerca para que él pueda subir a su lomo color verde esmeralda.
--Eres una rana un poco rara, pero muy bonita. Nunca había visto ninguna como tú, con tantos tonos de verde--"bonita pero confiada, como todas las ranas", piensa el escorpión mientras mira el precioso lomo de la ranita.
--Gracias, Escorpión. Cada uno somos únicos y la vida nos hace aún más únicos a través de la experiencia.
La amable rana comienza a nadar para cruzar el río con el escorpión sobre su espalda. Todo va bien, ambos conversan, pero de pronto, zas! el escorpión pica sin previo aviso.
--¿Por qué has hecho eso, Escorpión? ¡Ahora yo me hundiré y moriremos los dos!
--¡Lo siento!--exclama el escorpión--es mi caracter.
--¡JA! ¿es tu caracter, hijoputa? BLA,BLA,BLA!--La rana era más lista de lo que el escorpión pensaba: sólo estaba fingiendo. Es una rana vieja y experimentada, ha tenido tiempo y valor para ir cogiendo plantitas del lecho del río, un día tras otro, y hacerse una bonita cubierta viva de color verde esmeralda para protegerse contra el aguijonazo y el veneno de los escorpiones--pues si es tu caracter YA LO ESTÁS CONTROLANDO, por esta vez te la paso pero si me la vuelves a jugar te dejo aquí en mitad del río para que te ahogues tú solo.
Acertó a pasar por ahí una rana de potentes ancas y brillante colorido. Además de tener estas virtudes, la rana también acontecía a ser muy generosa y solía preocuparse por otros animales.
--Oh, escorpión, veo que te encuentras en un serio aprieto. Si prometes no picarme, te ayudaré a cruzar el río: sólo tienes que subirte a mi espalda.
El escorpión dio brincos internamente por su buena fortuna.
--Claro, Rana. No te picaré, te lo prometo--y en serio pensaba no hacerlo.
La Rana no se lo cree, ya conoce a los escorpiones y cómo han venido jodiendo a otras ranas desde que el mundo es mundo con esta historieta kamikaze del río. Aún así, le sonríe y se coloca más cerca para que él pueda subir a su lomo color verde esmeralda.
--Eres una rana un poco rara, pero muy bonita. Nunca había visto ninguna como tú, con tantos tonos de verde--"bonita pero confiada, como todas las ranas", piensa el escorpión mientras mira el precioso lomo de la ranita.
--Gracias, Escorpión. Cada uno somos únicos y la vida nos hace aún más únicos a través de la experiencia.
La amable rana comienza a nadar para cruzar el río con el escorpión sobre su espalda. Todo va bien, ambos conversan, pero de pronto, zas! el escorpión pica sin previo aviso.
--¿Por qué has hecho eso, Escorpión? ¡Ahora yo me hundiré y moriremos los dos!
--¡Lo siento!--exclama el escorpión--es mi caracter.
--¡JA! ¿es tu caracter, hijoputa? BLA,BLA,BLA!--La rana era más lista de lo que el escorpión pensaba: sólo estaba fingiendo. Es una rana vieja y experimentada, ha tenido tiempo y valor para ir cogiendo plantitas del lecho del río, un día tras otro, y hacerse una bonita cubierta viva de color verde esmeralda para protegerse contra el aguijonazo y el veneno de los escorpiones--pues si es tu caracter YA LO ESTÁS CONTROLANDO, por esta vez te la paso pero si me la vuelves a jugar te dejo aquí en mitad del río para que te ahogues tú solo.
AURYN
La fuente de las Aguas de la Vida, donde reside el secreto de la eterna juventud, está custodiada por dos serpientes. Estas guardianas de proporciones colosales, una blanca y la otra negra, se enroscan en torno al agua mordiéndose las colas mutuamente para formar un óvalo que muy pocos mortales pueden traspasar.
Para traspasar el umbral guardado por estos dos ofidios y beber de las Aguas de la Vida, se necesitan tres capacidades del mundo humano:
Fuerza
Valor
Sabiduría.
--¡Por la Fuerza!--gritó Sir Percival Puño de Piedra cuando llegó, golpeando con todas sus fuerzas la cabeza de la serpiente blanca.
La cabeza del reptil gigantesco no se movió, y sin embargo el brazo de Puño de Piedra se pulverizó hasta la articulación del hombro. El caballero, reconocido en varios reinos por un gancho de derecha legendario, acababa de quedarse manco y huyó dando alaridos.
--¡Por el Valor!--dijo entonces Sir Juan Corazón Sin Miedo. Aunque lo que le había pasado a su compañero era espantoso, él no se iba a acojonar. Era el hombre más valiente, había pasado por el filo de su espada incontables malhechores, y si no se había enfrentado a ningún dragón era porque NO había tenido la oportunidad, que quede claro.
Sir Juan golpeó con furia a la serpiente negra con su espada, ¡seguro que la negra era más vulnerable que la otra! pero esta vez no sólo se le pulverizó el arma en la mano sino que Sir Juan salió volando en sentido opuesto con una fuerza incluso mayor a la del golpe imprimido. Vaya, rebotó.
El Señor Sapo, que había acudido en calidad del más inteligente en aquel lugar, en vista de todo lo ocurrido tomó la decisión de irse de allí.
Sólo quedaba Hans, el escudero, apenas un niño.
Dubitativo y muerto de miedo se acerca a las serpientes. Toma aire, las observa: quietas, inquebrantables sin inmutarse, ¿es que acaso le han hecho algo malo a los caballeros? no han atacado, ¿por qué las han tenido que golpear?
Sin saber muy bien lo que hace, tal vez por cierta empatía porque a él también le han golpeado alguna vez, Hans pone la palma de su mano sobre la cabeza de la serpiente blanca y acaricia levemente la zona que golpeó Puño de Piedra, como diciendo "sana, sana, cabeza de serpiente".
Luego hizo lo propio con la serpiente negra, que le da AÚN más miedo que la otra aunque quizá simplemente le asusta su color. Y qué razón es esa para tenerle miedo a algo.
Estas serpientes están vivas, Hans puede sentirlo.
Y cuando coloca ambas manos sobre sendas cabezas opuestas, éstas se levantan abriendo la puerta que guarda las Aguas de la Vida para él.
Para traspasar el umbral guardado por estos dos ofidios y beber de las Aguas de la Vida, se necesitan tres capacidades del mundo humano:
Fuerza
Valor
Sabiduría.
--¡Por la Fuerza!--gritó Sir Percival Puño de Piedra cuando llegó, golpeando con todas sus fuerzas la cabeza de la serpiente blanca.
La cabeza del reptil gigantesco no se movió, y sin embargo el brazo de Puño de Piedra se pulverizó hasta la articulación del hombro. El caballero, reconocido en varios reinos por un gancho de derecha legendario, acababa de quedarse manco y huyó dando alaridos.
--¡Por el Valor!--dijo entonces Sir Juan Corazón Sin Miedo. Aunque lo que le había pasado a su compañero era espantoso, él no se iba a acojonar. Era el hombre más valiente, había pasado por el filo de su espada incontables malhechores, y si no se había enfrentado a ningún dragón era porque NO había tenido la oportunidad, que quede claro.
Sir Juan golpeó con furia a la serpiente negra con su espada, ¡seguro que la negra era más vulnerable que la otra! pero esta vez no sólo se le pulverizó el arma en la mano sino que Sir Juan salió volando en sentido opuesto con una fuerza incluso mayor a la del golpe imprimido. Vaya, rebotó.
El Señor Sapo, que había acudido en calidad del más inteligente en aquel lugar, en vista de todo lo ocurrido tomó la decisión de irse de allí.
Sólo quedaba Hans, el escudero, apenas un niño.
Dubitativo y muerto de miedo se acerca a las serpientes. Toma aire, las observa: quietas, inquebrantables sin inmutarse, ¿es que acaso le han hecho algo malo a los caballeros? no han atacado, ¿por qué las han tenido que golpear?
Sin saber muy bien lo que hace, tal vez por cierta empatía porque a él también le han golpeado alguna vez, Hans pone la palma de su mano sobre la cabeza de la serpiente blanca y acaricia levemente la zona que golpeó Puño de Piedra, como diciendo "sana, sana, cabeza de serpiente".
Luego hizo lo propio con la serpiente negra, que le da AÚN más miedo que la otra aunque quizá simplemente le asusta su color. Y qué razón es esa para tenerle miedo a algo.
Estas serpientes están vivas, Hans puede sentirlo.
Y cuando coloca ambas manos sobre sendas cabezas opuestas, éstas se levantan abriendo la puerta que guarda las Aguas de la Vida para él.
una rama fuerte y alta
—¡Abuelo, abuelo! La niña quiere un columpio...
El anciano levanta la vista del pedazo de madera que está tallando y contempla a su nieta por
encima de las gafas de concha al borde de su nariz, ojos cansados pero con un súbito destello de interés.
—¿Oh?¿qué niña, cariño?
—¡La niña que vive en el árbol!—contesta la nietecita sin dudar, ¡es obvio, qué despistado el abuelo!
—Ah, sí...—el anciano asiente, deja la talla a un lado y se lleva una mano a la sien para masajearla en círculos—perdona, cariño. Llevo todo el día trabajando...
La nieta mira a su abuelo con sus enormes ojos negros, con «carita de mochuelo» como el viejo le dice a veces. No es una niña impaciente, aunque esto del columpio le hace mucha ilusión, pero se contiene un poquito porque sabe que su abuelo siempre tiene mucho, mucho trabajo y ahora se le nota cansado.
—No importa, abuelito...—dice en voz más baja mientras juega con un mechón de sus largos cabellos, enroscándolo en torno a su dedo índice al tiempo que encadena pensamientos en su cabeza, dejándose ir en ideas raudas y coloridas como pétalos barridos por el viento—sólo...¿puedo...puedo hacer un columpio para la niña, por favor? ella está sola, ¡se aburre mucho porque sólo tiene un árbol! y yo soy demasiado grande para jugar con ella...—el rostro de la cría se ensombrece ahora y ella dirige la mirada al suelo, ojos aún brillantes.
—Oh, entiendo, cielo—el abuelo sonríe. Su nieta es una buena niña, aunque como niña que es aún es demasiado joven para entender el mecanismo de las cosas. Todavía es pronto para explicarle cómo funciona realmente el taller que ella seguramente llevará en un futuro no tan lejano; aún tiene edad de jugar, no de trabajar, ¿cierto—¿sabes? no puedo meter un columpio en la bombilla. Pero puedes hacer una cosa.
—¿Ah no?¿y por qué no puedes meter un columpio, abuelo?
—Por la misma razón que no puedes entrar tú a ese pequeño mundo—responde el anciano articulando despacio las palabras, sin dejar de sonreír—ya sabes, mi amor. De la bombilla no entra ni sale nada, sólo hay lo que hay, pero eso puede transformarse...
—¿...Transformarse?
—Sí, cariño. No podemos meter un columpio en la bombilla, para esa niña del árbol, pero quizá puedes ayudarla a que ella fabrique uno. Tiene ramas, tiene cielo y aire en el que impulsarse. Tal vez haya por allí algún pedazo de cuerda e incluso algún otro niño que viva también en el árbol... quizá ella no se ha dado cuenta, pero eso no significa que esté sola.
Los ojos de la pequeña se iluminan al escuchar esto.
—Oooh! claro, ¡fabricarlo! ¿como...como esa canción? ¿como la canción que tú me cantabas cuando yo era «pequeña» , abuelo? ¡si hay otro niño sería genial!
El anciano asiente con una gran sonrisa viendo cómo su nieta a duras penas controla el entusiasmo, ella ya empezó a canturrear...
«Una rama
fuerte y alta
una cuerda y una tabla
los columpios son mejores
si en la rama hay muchas flores
...y más a gusto se mece,
si abajo la hierba crece...»
—Gracias, abuelo!—con una sonrisa como un sol, la niña se gira dando saltitos para meterse en la parte trasera del taller, donde el anciano tallador tiene bien guardados por riguroso orden todos los tesoros que viven en el interior de las bombillas, mundos enteros entre plomos fundidos que brillan con luz propia: algunos son una rosa o un árbol que crece, otros brillan como estrellas, galaxias, planetas...
El anciano levanta la vista del pedazo de madera que está tallando y contempla a su nieta por
encima de las gafas de concha al borde de su nariz, ojos cansados pero con un súbito destello de interés.
—¿Oh?¿qué niña, cariño?
—¡La niña que vive en el árbol!—contesta la nietecita sin dudar, ¡es obvio, qué despistado el abuelo!
—Ah, sí...—el anciano asiente, deja la talla a un lado y se lleva una mano a la sien para masajearla en círculos—perdona, cariño. Llevo todo el día trabajando...
La nieta mira a su abuelo con sus enormes ojos negros, con «carita de mochuelo» como el viejo le dice a veces. No es una niña impaciente, aunque esto del columpio le hace mucha ilusión, pero se contiene un poquito porque sabe que su abuelo siempre tiene mucho, mucho trabajo y ahora se le nota cansado.
—No importa, abuelito...—dice en voz más baja mientras juega con un mechón de sus largos cabellos, enroscándolo en torno a su dedo índice al tiempo que encadena pensamientos en su cabeza, dejándose ir en ideas raudas y coloridas como pétalos barridos por el viento—sólo...¿puedo...puedo hacer un columpio para la niña, por favor? ella está sola, ¡se aburre mucho porque sólo tiene un árbol! y yo soy demasiado grande para jugar con ella...—el rostro de la cría se ensombrece ahora y ella dirige la mirada al suelo, ojos aún brillantes.
—Oh, entiendo, cielo—el abuelo sonríe. Su nieta es una buena niña, aunque como niña que es aún es demasiado joven para entender el mecanismo de las cosas. Todavía es pronto para explicarle cómo funciona realmente el taller que ella seguramente llevará en un futuro no tan lejano; aún tiene edad de jugar, no de trabajar, ¿cierto—¿sabes? no puedo meter un columpio en la bombilla. Pero puedes hacer una cosa.
—¿Ah no?¿y por qué no puedes meter un columpio, abuelo?
—Por la misma razón que no puedes entrar tú a ese pequeño mundo—responde el anciano articulando despacio las palabras, sin dejar de sonreír—ya sabes, mi amor. De la bombilla no entra ni sale nada, sólo hay lo que hay, pero eso puede transformarse...
—¿...Transformarse?
—Sí, cariño. No podemos meter un columpio en la bombilla, para esa niña del árbol, pero quizá puedes ayudarla a que ella fabrique uno. Tiene ramas, tiene cielo y aire en el que impulsarse. Tal vez haya por allí algún pedazo de cuerda e incluso algún otro niño que viva también en el árbol... quizá ella no se ha dado cuenta, pero eso no significa que esté sola.
Los ojos de la pequeña se iluminan al escuchar esto.
—Oooh! claro, ¡fabricarlo! ¿como...como esa canción? ¿como la canción que tú me cantabas cuando yo era «pequeña» , abuelo? ¡si hay otro niño sería genial!
El anciano asiente con una gran sonrisa viendo cómo su nieta a duras penas controla el entusiasmo, ella ya empezó a canturrear...
«Una rama
fuerte y alta
una cuerda y una tabla
los columpios son mejores
si en la rama hay muchas flores
...y más a gusto se mece,
si abajo la hierba crece...»
—Gracias, abuelo!—con una sonrisa como un sol, la niña se gira dando saltitos para meterse en la parte trasera del taller, donde el anciano tallador tiene bien guardados por riguroso orden todos los tesoros que viven en el interior de las bombillas, mundos enteros entre plomos fundidos que brillan con luz propia: algunos son una rosa o un árbol que crece, otros brillan como estrellas, galaxias, planetas...
sapo hOOD!
A Sapo Hood le habían desterrado de la comunidad de sapos donde vivía no por su probable retraso mental, ni por su personalidad de tipo esquizoide, ni por su joroba, ni por sus malos poemas. En realidad le habían echado por el mal olor corporal que desprendía, pero nadie había tenido el arrojo de decírselo a la cara.
Sapo Hood se fue a vivir a los bosques un día por la fuerza, y como a pesar de lo que los otros sapos pensaban era inteligente, se hizo una casita para vivir. A la par también, por la misma razón, se hizo amigo de una cuadrilla de maleantes sin techo que habitaban aquellos lares: ranas y sapos de dudosa reputación, ladrones, traficantes, prostitutos/as y algunos batracios proscritos.
Sapo Hood era un sapo justiciero en permanente lucha contra el mal, por eso aquella tarde saltó en medio del camino para cortarle la trayectoria a una opulenta tartana conducida por un sapo ejecutivo agresivo:
--¡Soy Sapo Hood, principe de los delincuentes!--se presentó a voz en cuello--¡robo el dinero a los ricos y se lo doy a los pobres que duermen bajo los puentes!--tras este ripio que se le había ocurrido a él solo, añadió con un golpe de capucha:--¡Dame todo lo que tengas, villano!
El sapo ejecutivo no era muy agresivo fuera de su trabajo, sino más bien cobardón, así que al momento le dio las tres bolsitas de oro que llevaba a aquel loco que le amenazaba con un sable de madera.
No bien hubo guardado el dinero riendo sin escrúpulo por su buena acción, Sapo Hood advirtió que se acercaba otro vehículo por el camino de cabras.
--¡Soy Sapo Hood!--volvió a saludar impertérrito saltando de entre unos arbustos, capita hecha de retales ondeando al viento y bien fijada a su cogote--¡príncipe de los delincuentes, robo para los pobres a los ricos con oro en los dientes! Ahora, dame todo lo que tengas.
Se volvió a repetir la misma historia, aunque esta vez el conductor de la carreta huyó despavorido debido a la pestilencia.
Muy ufano con su logro, Sapo Hood guardó sus ganancias y entonces vio a un pobre que se acercaba por la veredita. Era un amigo suyo, carroñero pero amable, así que con toda su buena fe Sapo Hood le dijo así:
--Eh, amigo! soy Sapo Hood, príncipe de los delincuentes, robo a los ricos para los pobres bajo los puentes, tú eres pobre, así que ¡toma!--y dicho esto, Sapo Hood empezó a tirarle al paseante sacos de monedas a la cabeza.
--Oh, pero para ya, por favor, Sapo Hood--dijo el desfavorecido cuando llegó un punto en que ya se sintió abrumado entre una bolsa, y otra, y otra--detente, que ya soy rico...
--Eh?...--Sapo Hood ladea la cabecita y parpadea quedando mudo por unos segundos--Ahh! soy Sapo Hood, príncipe de los delincuentes, robo a los sapos ricos e indecentes, ¡dame todo lo que tengas!
Sapo Hood se fue a vivir a los bosques un día por la fuerza, y como a pesar de lo que los otros sapos pensaban era inteligente, se hizo una casita para vivir. A la par también, por la misma razón, se hizo amigo de una cuadrilla de maleantes sin techo que habitaban aquellos lares: ranas y sapos de dudosa reputación, ladrones, traficantes, prostitutos/as y algunos batracios proscritos.
Sapo Hood era un sapo justiciero en permanente lucha contra el mal, por eso aquella tarde saltó en medio del camino para cortarle la trayectoria a una opulenta tartana conducida por un sapo ejecutivo agresivo:
--¡Soy Sapo Hood, principe de los delincuentes!--se presentó a voz en cuello--¡robo el dinero a los ricos y se lo doy a los pobres que duermen bajo los puentes!--tras este ripio que se le había ocurrido a él solo, añadió con un golpe de capucha:--¡Dame todo lo que tengas, villano!
El sapo ejecutivo no era muy agresivo fuera de su trabajo, sino más bien cobardón, así que al momento le dio las tres bolsitas de oro que llevaba a aquel loco que le amenazaba con un sable de madera.
No bien hubo guardado el dinero riendo sin escrúpulo por su buena acción, Sapo Hood advirtió que se acercaba otro vehículo por el camino de cabras.
--¡Soy Sapo Hood!--volvió a saludar impertérrito saltando de entre unos arbustos, capita hecha de retales ondeando al viento y bien fijada a su cogote--¡príncipe de los delincuentes, robo para los pobres a los ricos con oro en los dientes! Ahora, dame todo lo que tengas.
Se volvió a repetir la misma historia, aunque esta vez el conductor de la carreta huyó despavorido debido a la pestilencia.
Muy ufano con su logro, Sapo Hood guardó sus ganancias y entonces vio a un pobre que se acercaba por la veredita. Era un amigo suyo, carroñero pero amable, así que con toda su buena fe Sapo Hood le dijo así:
--Eh, amigo! soy Sapo Hood, príncipe de los delincuentes, robo a los ricos para los pobres bajo los puentes, tú eres pobre, así que ¡toma!--y dicho esto, Sapo Hood empezó a tirarle al paseante sacos de monedas a la cabeza.
--Oh, pero para ya, por favor, Sapo Hood--dijo el desfavorecido cuando llegó un punto en que ya se sintió abrumado entre una bolsa, y otra, y otra--detente, que ya soy rico...
--Eh?...--Sapo Hood ladea la cabecita y parpadea quedando mudo por unos segundos--Ahh! soy Sapo Hood, príncipe de los delincuentes, robo a los sapos ricos e indecentes, ¡dame todo lo que tengas!