el maestro ciego
El guerrero, pensando en salvar su vida, decidió entrenarse renunciando a aquel sentido del que más se depende: la vista. Si lograba mantenerse en equilibrio sin ver, si salía victorioso en la lucha aún estando ciego, ¿qué no haría entonces cierto tiempo después, con los cinco sentidos funcionando? Era listo, aunque aún no había caído en la posibilidad de que la vista pudiera engañarle. No se privó de ella por temor a ser burlado, sino por querer oír el mensaje del viento, o para saborear el polvo en el aire, en suma para sentir mejor todo lo que componía una misma realidad. Porque toda esta información era también indispensable en la batalla, sólo por ese motivo.
En pos de aprender algo grande a través de la experiencia, el guerrero inteligente cubrió sus ojos con un lienzo negro. No iba a ser algo para principiantes, sino un experimento a control férreo para el eterno advenedizo: se prometió a sí mismo no retirar esa venda de sus ojos hasta tres años después, siendo su palabra más fuerte que cualquier sello o candado físico en el trato.
Aguantando este pulso desde dentro, todo el tiempo, no vaciló en comenzar y apuntaló bien los pies en el suelo para no desfallecer.
El mundo era diferente con los ojos cerrados, ¿acaso era más real, como un mundo sólo para unos pocos cuerdos elegidos a destiempo?
El guerrero se dio cuenta pronto de que la vista engañaba, y de hecho no sólo engañaba sino que sobre todo DISTRAÍA. Con los ojos cerrados siente que sabe mejor cómo es todo, qué es cada cosa sentida al tacto único, cómo huelen las palabras, cómo sabe la vida al paladar. Echa de menos los colores pero ha de reconocer que con este mundo en negro es SENCILLO conectar en un abrazo indeleble. Sólo en negro encontró los verdaderos colores que ahora voluntariamente no ve, esta es una de las cosas que ha descubierto.
No sólo aprendió de sus enemigos, no sólo ganó habilidades en la lucha esquivando golpes por adelantado, prestando atención al silbido de la hoja cortando el aire antes de caer.
También le pasó otra cosa,
encontró a alguien,
o quien sabe si el encontrado fue él en esta historia.
Claro está que, yendo ciego, él se moría de ganas de ver qué aspecto tenía aquella persona que de golpe llegó a amar, sin previo aviso, desde el fondo de su alma...
«No me quites las vendas todavía» le dijo el guerrero a su amada una noche, y no por no querer verla sino todo lo contrario «aún quiero conocerte mejor»
Ella tal vez era real.
Tal vez era sólo un fantasma, la fragancia en la oscuridad de la noche de verano, tal vez solo el roce del viento o la caricia del sol sobre los vendajes cubriendo los párpados cerrados, pero, ¿no era acaso real?
Sea como fuera, hay un destino pendiente para el guerrero, escrito -por desgracia- por alguien que no es él mismo.
«NO!»
El guerrero grita cuando intentan quitarle la venda de los ojos de camino a la celda, aulla y llora como un niño roto por dentro, un niño que se enamoró con los ojos cerrados de algo que no volverá a ver...
«¿por qué está acolchada la pared?» ya puede ver los malditos muros blancos rodeándole, confinándole en esa estancia donde le hacen sitio a trompicones.
«para que no te hagas daño, anda y camina, guerrero.».
Jeff
Oh, mira, ahí está Jeff de nuevo. Su ausencia no ha sido larga esta vez, tanto es así que parece que no se ha ido. Desde que entró al recinto ha ido a sentarse al lugar de siempre en el patio, aunque ahora se halla encogido sobre sí mismo en posición defensiva, su escuálido cuerpo estremecido por la tormenta de esta noche. Pesados goterones se estrellan con contudencia en la techumbre bajo la que se refugia: una canción de pedradas sobre plástico, a cada rato metal discordante cuando alguna junta es ametrallada por la lluvia. Huele a metal mojado, sí... casi tan intensamente como a todas las demás cosas que impregnan el aire como norma general: orina, arena, rastros de heces -aunque limpian bastante-, esas cosas que sólo para algunos se lavan con la lluvia. Por no mencionar el olor de los compañeros de encierro en cada rincón, claro.
Jeff tiene miedo ahora, pero no está solo, no obstante. Nana ya le ha visto, al fin y al cabo él está en el mismo rincón de siempre y ella todas las noches ronda por la zona común. Aunque Nana no puede ver la mirada temblorosa de Jeff que seguramente yo reconocería: húmeda y nerviosa, iris dorados con las negras pupilas clavadas en todas partes, desconfiando y temiendo aquietarse para descansar.
Nana se levanta, la artrosis la está matando pero está acostumbrada, ya tiene una edad. Sin dejar de responder a la llamada silenciosa de Jeff con ojos velados, dulces y tranquilos, avanza con cierta torpeza hacia él. Se mueve despacito, y aunque sendas cataratas le impiden ver más allá de sus narices ella ya conoce el lugar lo suficiente para marchar sin tropiezos. Como para no conocerlo, lleva allí casi su vida entera.
Silenciosa, llega finalmente junto a Jeff y se sienta con pesadez a su lado. Cada hueso duele ahora, pero para ella es natural no comunicarlo, si acaso deja escapar un leve resoplido que se ahoga en el tambor de la lluvia. Le alegra verle allí, aunque no va a decirlo.
Jeff está lloriqueando sin lágrimas, sólo algún quejido se le escapa de vez en cuando, sobre todo después del estallido del trueno, el retumbar de la tierra y el rayo que ilumina el lugar donde están confinados como si por instantes fuera de día. Tiembla como una hoja aunque la presencia de Nana le reconforta algo; llora de puro miedo en realidad, también de frío, y un poco por hambre porque hoy no comió.
Jeff no quiere estar aquí, aunque hay que considerar que este no es el peor lugar en el que ha estado en sus cuatro años de vida. Al menos aquí le alimentan, le cuidan, incluso algunos le hablan o se acercan a él con cariño, tanto los de siempre como los que vienen de visita. Nadie le golpea y si no causa problemas le dejan en paz... salvo por algunos compañeros agresivos, pero a esos los guardias les tienen aún más encerrados, y son pocos. Bueno, sea como sea Jeff sigue teniendo miedo igual.
En su última visita (fallida como las anteriores) al mundo fuera de la alambrada, Jeff había hecho algo horrible. Realmente él no sabía que estaba pasando un periodo de prueba cuando llegó a aquella casa caliente con olor a chimenea encendida. Le pilló de sorpresa la manita de esa niña pequeña que de pronto se lanzó desde arriba para darle (acariciarle) en la cabeza, como saliendo de la nada cuando él estaba medio dormido. La manita no iba a hacerle daño, sólo quería tocar la suavidad de su pelo, pero esto Jeff no lo sabía. Jeff tiene experiencia en golpes y no en caricias, y sin pensarlo, se defendió. Igual que se había defendido de aquellos que pretendían colgarle con una brida justo el día en que llegó la patrulla de rescate, los mismos que le dejaron esa cicatriz levemente engrosada alrededor del cuello.
Jeff se defendió con uñas y dientes de aquella manita curiosa. Literalmente. Atacó a la niña antes de que esta pudiera reaccionar; no le hizo daño grave pero sí sangre. El padre de la niña le dio una paliza a Jeff y esa misma noche le llevó de vuelta al sitio de donde le había sacado: aquel patio rodeado de celdas bajo un techo de uralita. Ese hombre se fue después de dejarle allí, y bueno, Jeff está más tranquilo ahora con Nana, a pesar de la tormenta. Cuando el tío le arrinconó para pegarle se había meado de miedo, tan sólo horas antes.
La dulce Nana se acerca un poquito más hasta casi tocar a Jeff costado a costado. A diferencia de Jeff, ella morirá allí.
Jeff no lo sabe, pero dentro de unos días un hombre y una mujer vendrán, acompañados de dos niños y de otro como él, bueno, otra. Una de esas personas le mirará a los ojos y entonces, sencillamente, ya no podrá dejarle atrás. A esta persona le dirán que Jeff lleva ya unas cuantas adopciones fallidas, a diferencia de sus hermanos (de cuatro que eran sólo queda él); le dirán que puede ser agresivo cuando se asusta, que es arriesgado vivir con él, etc, pero nada de esto hará a esta persona cambiar de idea.
A estas personas no les importará que Jeff tenga 4 años, ni desde luego que no sea un galgo puro. Intentarán tratarle con el mayor cuidado pues saben el dolor y el miedo que ha pasado, o se lo imaginan a su manera humana. Estas personas intentarán vigilar para que el miedo no le haga agredir a nadie; vigilar de cerca mientras él se va sintiendo más seguro, pero sin relegarle. Y Jeff tampoco sabe esto, pero él hará feliz (muy feliz) a esas personas, aunque los cinco tendrán trabajo por delante durante los primeros años juntos.
Lamento no haber estado allí esa noche de tormenta y todas las anteriores (quizá por eso escribí sobre ella), y no puedo olvidar tampoco a Nana, la adorable mastina que entonces tendría doce años, la que siempre patrullaba el patio según me contaron. Ni a otros.
En cuanto a Jeff, sé que él es feliz ahora, y lo sé porque está roncando plácidamente a mi lado en su cama, dulce y tranquilo como el abuelito venerable que es a sus casi doce años de edad. Se merece ser feliz, aunque el más afortunado de esta historia soy yo por estos años a su lado.
Jeff tiene miedo ahora, pero no está solo, no obstante. Nana ya le ha visto, al fin y al cabo él está en el mismo rincón de siempre y ella todas las noches ronda por la zona común. Aunque Nana no puede ver la mirada temblorosa de Jeff que seguramente yo reconocería: húmeda y nerviosa, iris dorados con las negras pupilas clavadas en todas partes, desconfiando y temiendo aquietarse para descansar.
Nana se levanta, la artrosis la está matando pero está acostumbrada, ya tiene una edad. Sin dejar de responder a la llamada silenciosa de Jeff con ojos velados, dulces y tranquilos, avanza con cierta torpeza hacia él. Se mueve despacito, y aunque sendas cataratas le impiden ver más allá de sus narices ella ya conoce el lugar lo suficiente para marchar sin tropiezos. Como para no conocerlo, lleva allí casi su vida entera.
Silenciosa, llega finalmente junto a Jeff y se sienta con pesadez a su lado. Cada hueso duele ahora, pero para ella es natural no comunicarlo, si acaso deja escapar un leve resoplido que se ahoga en el tambor de la lluvia. Le alegra verle allí, aunque no va a decirlo.
Jeff está lloriqueando sin lágrimas, sólo algún quejido se le escapa de vez en cuando, sobre todo después del estallido del trueno, el retumbar de la tierra y el rayo que ilumina el lugar donde están confinados como si por instantes fuera de día. Tiembla como una hoja aunque la presencia de Nana le reconforta algo; llora de puro miedo en realidad, también de frío, y un poco por hambre porque hoy no comió.
Jeff no quiere estar aquí, aunque hay que considerar que este no es el peor lugar en el que ha estado en sus cuatro años de vida. Al menos aquí le alimentan, le cuidan, incluso algunos le hablan o se acercan a él con cariño, tanto los de siempre como los que vienen de visita. Nadie le golpea y si no causa problemas le dejan en paz... salvo por algunos compañeros agresivos, pero a esos los guardias les tienen aún más encerrados, y son pocos. Bueno, sea como sea Jeff sigue teniendo miedo igual.
En su última visita (fallida como las anteriores) al mundo fuera de la alambrada, Jeff había hecho algo horrible. Realmente él no sabía que estaba pasando un periodo de prueba cuando llegó a aquella casa caliente con olor a chimenea encendida. Le pilló de sorpresa la manita de esa niña pequeña que de pronto se lanzó desde arriba para darle (acariciarle) en la cabeza, como saliendo de la nada cuando él estaba medio dormido. La manita no iba a hacerle daño, sólo quería tocar la suavidad de su pelo, pero esto Jeff no lo sabía. Jeff tiene experiencia en golpes y no en caricias, y sin pensarlo, se defendió. Igual que se había defendido de aquellos que pretendían colgarle con una brida justo el día en que llegó la patrulla de rescate, los mismos que le dejaron esa cicatriz levemente engrosada alrededor del cuello.
Jeff se defendió con uñas y dientes de aquella manita curiosa. Literalmente. Atacó a la niña antes de que esta pudiera reaccionar; no le hizo daño grave pero sí sangre. El padre de la niña le dio una paliza a Jeff y esa misma noche le llevó de vuelta al sitio de donde le había sacado: aquel patio rodeado de celdas bajo un techo de uralita. Ese hombre se fue después de dejarle allí, y bueno, Jeff está más tranquilo ahora con Nana, a pesar de la tormenta. Cuando el tío le arrinconó para pegarle se había meado de miedo, tan sólo horas antes.
La dulce Nana se acerca un poquito más hasta casi tocar a Jeff costado a costado. A diferencia de Jeff, ella morirá allí.
Jeff no lo sabe, pero dentro de unos días un hombre y una mujer vendrán, acompañados de dos niños y de otro como él, bueno, otra. Una de esas personas le mirará a los ojos y entonces, sencillamente, ya no podrá dejarle atrás. A esta persona le dirán que Jeff lleva ya unas cuantas adopciones fallidas, a diferencia de sus hermanos (de cuatro que eran sólo queda él); le dirán que puede ser agresivo cuando se asusta, que es arriesgado vivir con él, etc, pero nada de esto hará a esta persona cambiar de idea.
A estas personas no les importará que Jeff tenga 4 años, ni desde luego que no sea un galgo puro. Intentarán tratarle con el mayor cuidado pues saben el dolor y el miedo que ha pasado, o se lo imaginan a su manera humana. Estas personas intentarán vigilar para que el miedo no le haga agredir a nadie; vigilar de cerca mientras él se va sintiendo más seguro, pero sin relegarle. Y Jeff tampoco sabe esto, pero él hará feliz (muy feliz) a esas personas, aunque los cinco tendrán trabajo por delante durante los primeros años juntos.
Lamento no haber estado allí esa noche de tormenta y todas las anteriores (quizá por eso escribí sobre ella), y no puedo olvidar tampoco a Nana, la adorable mastina que entonces tendría doce años, la que siempre patrullaba el patio según me contaron. Ni a otros.
En cuanto a Jeff, sé que él es feliz ahora, y lo sé porque está roncando plácidamente a mi lado en su cama, dulce y tranquilo como el abuelito venerable que es a sus casi doce años de edad. Se merece ser feliz, aunque el más afortunado de esta historia soy yo por estos años a su lado.
sALÓN DE BAILE
Está lloviendo fuera. Por encima del tamborileo de la lluvia en la claraboya del techo, Antonio puede escuchar las primeras notas de su canción favorita elevarse poco a poco, cosquilleándole el cerebro de esa forma familiar que siempre le obliga a sonreír y a moverse. La música es ahora como magia de otro mundo en el salón de baile: luz que ilumina la tierra y en este cuento también los ojos de Antonio, algo nervioso cuando se levanta de la silla y avanza con paso vacilante hacia esa chica sentada junto a la columna en el centro de la sala. Una chica que -para él- es la más guapa del mundo, sobre todo mientras dura esta canción.
--¿Me concede este baile, señorita?--el muy canalla guiña el ojo, y entonces ella sonríe y sin levantarse de su asiento le echa los brazos al cuello.
--Amor primero, amor verdadero--canturrea la chica al oido de Antonio antes de depositar un delicado beso en la comisura de sus labios--¡Locuelo!
Tras decir esto se echa a reír, Antonio es su marido, y siempre, SIEMPRE, cuando suena esta canción le hace la misma broma: presentarse ante ella así, haciéndose el tímido como si no se conocieran de nada para sacarla a bailar con un ardid coqueto. Claramente, Antonio no necesitaba hacer algo así para que ella quisiera bailar, pero a ella le encanta que rice el rizo por un baile; le encanta su dulce loco y piensa "ojalá en esto si acaso no cambie nunca, nunca..."
La música sigue ondulando el espacio y el tiempo que comparten, ahora los acordes más quedos justo cuando ella, sin soltar su abrazo, comienza a levantarse de la silla.
Empiezan a moverse juntos bajo el clamor de la lluvia en el tejado, abrazados. No se trata de que sea una canción para bailar agarrado, sino de que cada uno baila las canciones como le da la gana ¿verdad?
Se congela el tiempo aunque el reloj de pared sigue avanzando, pero ninguno de ellos dos piensa que hay vida arrebatada en cada segundo que pasa. Tampoco en que después de esta canción una voz amable les alentará a separarse porque dentro de poco es la hora de cenar, y esta noche dan flan de postre! El flan favorito de Antonio: de vainilla y cubierto de caramelo, con esa textura que no hace falta masticar, como si uno tuviera un pedazo de cielo fresquito en la lengua.
Baile, cena y flan(Locuelo!), y las pastillas, que si no es porque la enfermera las camufla en el caramelo Antonio se negaría a tomarlas. Siempre la misma cantinela "no estoy enfermo, señorita, sólo estoy viejo". En esos momentos la mujer de Antonio sonríe y repite su canción anudada con la música: "Amor Primero, Amor verdadero".
Todo eso -cenas, flanes, regateo de pastillas y más cosas- ocurrirá, como tantas tardes a la misma hora, pero no todavía. Aún suena la canción de sus vidas y ellos bailan juntos, más juntos que nunca.
Tal vez Antonio todavía sienta las curvas de ella bajo la palma de su mano si cierra los ojos, sin dejar de bailar; o con los ojos abiertos porque la memoria del corazón es lo que queda, es aún más verdadera cuando la conciencia de la realidad se diluye. En tierra de nadie, en este salón de baile al que dios sabe cómo llegaron y cuándo, ella es lo único real y él no necesita nada, sólo sentirla y reconocerla, sólo bailar.
--Ay, Antonio!--una enfermera ríe y se aproxima sabiendo que esta canción es importante, aunque ya va a terminar. Pone una mano sobre el hombro de Antonio y le da unos toquecitos--tocándole el culo a tu mujer a tu edad, ¿no te da vergüenza?
¿Edad?¿Vergüenza? No sé, pero de cualquier forma Antonio no percibe la ironía de la situación, está demasiado concentrado en los últimos acordes que baila con su esposa bajo la lluvia y tampoco quiere prestar atención a lo que dice la loca de blanco.
"A tu edad". La mujer de Antonio, Berta, sonríe de oreja a oreja. El calendario cuenta ochenta y nueve otoños pero ella perdió la edad hace mucho tiempo, junto con algunas memorias que antaño debieron de ser importantes. Ahora, en el momento presente, recuerda a Antonio y sus bromas y también cuando corrían de la mano calle abajo en el pueblo; ya para entonces habían bailado esa misma canción algunas veces pero nunca había sonado tan bonita como ahora.
--¿Me concede este baile, señorita?--el muy canalla guiña el ojo, y entonces ella sonríe y sin levantarse de su asiento le echa los brazos al cuello.
--Amor primero, amor verdadero--canturrea la chica al oido de Antonio antes de depositar un delicado beso en la comisura de sus labios--¡Locuelo!
Tras decir esto se echa a reír, Antonio es su marido, y siempre, SIEMPRE, cuando suena esta canción le hace la misma broma: presentarse ante ella así, haciéndose el tímido como si no se conocieran de nada para sacarla a bailar con un ardid coqueto. Claramente, Antonio no necesitaba hacer algo así para que ella quisiera bailar, pero a ella le encanta que rice el rizo por un baile; le encanta su dulce loco y piensa "ojalá en esto si acaso no cambie nunca, nunca..."
La música sigue ondulando el espacio y el tiempo que comparten, ahora los acordes más quedos justo cuando ella, sin soltar su abrazo, comienza a levantarse de la silla.
Empiezan a moverse juntos bajo el clamor de la lluvia en el tejado, abrazados. No se trata de que sea una canción para bailar agarrado, sino de que cada uno baila las canciones como le da la gana ¿verdad?
Se congela el tiempo aunque el reloj de pared sigue avanzando, pero ninguno de ellos dos piensa que hay vida arrebatada en cada segundo que pasa. Tampoco en que después de esta canción una voz amable les alentará a separarse porque dentro de poco es la hora de cenar, y esta noche dan flan de postre! El flan favorito de Antonio: de vainilla y cubierto de caramelo, con esa textura que no hace falta masticar, como si uno tuviera un pedazo de cielo fresquito en la lengua.
Baile, cena y flan(Locuelo!), y las pastillas, que si no es porque la enfermera las camufla en el caramelo Antonio se negaría a tomarlas. Siempre la misma cantinela "no estoy enfermo, señorita, sólo estoy viejo". En esos momentos la mujer de Antonio sonríe y repite su canción anudada con la música: "Amor Primero, Amor verdadero".
Todo eso -cenas, flanes, regateo de pastillas y más cosas- ocurrirá, como tantas tardes a la misma hora, pero no todavía. Aún suena la canción de sus vidas y ellos bailan juntos, más juntos que nunca.
Tal vez Antonio todavía sienta las curvas de ella bajo la palma de su mano si cierra los ojos, sin dejar de bailar; o con los ojos abiertos porque la memoria del corazón es lo que queda, es aún más verdadera cuando la conciencia de la realidad se diluye. En tierra de nadie, en este salón de baile al que dios sabe cómo llegaron y cuándo, ella es lo único real y él no necesita nada, sólo sentirla y reconocerla, sólo bailar.
--Ay, Antonio!--una enfermera ríe y se aproxima sabiendo que esta canción es importante, aunque ya va a terminar. Pone una mano sobre el hombro de Antonio y le da unos toquecitos--tocándole el culo a tu mujer a tu edad, ¿no te da vergüenza?
¿Edad?¿Vergüenza? No sé, pero de cualquier forma Antonio no percibe la ironía de la situación, está demasiado concentrado en los últimos acordes que baila con su esposa bajo la lluvia y tampoco quiere prestar atención a lo que dice la loca de blanco.
"A tu edad". La mujer de Antonio, Berta, sonríe de oreja a oreja. El calendario cuenta ochenta y nueve otoños pero ella perdió la edad hace mucho tiempo, junto con algunas memorias que antaño debieron de ser importantes. Ahora, en el momento presente, recuerda a Antonio y sus bromas y también cuando corrían de la mano calle abajo en el pueblo; ya para entonces habían bailado esa misma canción algunas veces pero nunca había sonado tan bonita como ahora.
rencor
RENCOR
—Hey, qué tal estás? (estás rara, qué te pasa)
—¿Yo? normal, como siempre (estoy de mierda, joputa, qué coño te importa)
—...¿Seguro? (no me lo creo, pero vale)
—Sí. (no quiero hablar)
—Cómo fue el día? (vamos, suéltalo)
—Aburrido (no entiendes que no quiero hablar? es que tengo que decirlo?)
—Oye, si necesitas hablar... (cada vez estoy más seguro de que te pasa algo)
—Que no tío, que estoy bien (qué plasta es el hijoputa)
—¿Por qué nunca hablas con nadie? (creo que no tenía que haber dicho eso)
—Ya vas de psicólogo barato OTRA VEZ? (no quiero discutir, por favor, no lo soporto)
—¿Qué? encima que te pregunto! (no quiero discutir, por favor, no lo soporto)
—Es que te metes en donde no te llaman (maldito cabrón, y encima todo es por tu culpa)
—Pero me importas (por qué nunca lo entiendes?)
—Eres un maldito cabrón (tan cabrón que ni te acuerdas de lo que me hiciste y de cómo me dejaste tirada como un trapo hace un año)
—Tía, yo no te he insultado (no quiero que nos hagamos daño, te quiero)
—Eres un MALDITO CABRÓN (ME HACES DAÑO)
—¿Pero esto a qué viene? ¿por qué me tratas así?(hay algo que no me dice)
—Te trato como te mereces (voy a echarme a llorar)
—¿Por qué? (te quiero)
—Te odio (te quiero)
—Hey, qué tal estás? (estás rara, qué te pasa)
—¿Yo? normal, como siempre (estoy de mierda, joputa, qué coño te importa)
—...¿Seguro? (no me lo creo, pero vale)
—Sí. (no quiero hablar)
—Cómo fue el día? (vamos, suéltalo)
—Aburrido (no entiendes que no quiero hablar? es que tengo que decirlo?)
—Oye, si necesitas hablar... (cada vez estoy más seguro de que te pasa algo)
—Que no tío, que estoy bien (qué plasta es el hijoputa)
—¿Por qué nunca hablas con nadie? (creo que no tenía que haber dicho eso)
—Ya vas de psicólogo barato OTRA VEZ? (no quiero discutir, por favor, no lo soporto)
—¿Qué? encima que te pregunto! (no quiero discutir, por favor, no lo soporto)
—Es que te metes en donde no te llaman (maldito cabrón, y encima todo es por tu culpa)
—Pero me importas (por qué nunca lo entiendes?)
—Eres un maldito cabrón (tan cabrón que ni te acuerdas de lo que me hiciste y de cómo me dejaste tirada como un trapo hace un año)
—Tía, yo no te he insultado (no quiero que nos hagamos daño, te quiero)
—Eres un MALDITO CABRÓN (ME HACES DAÑO)
—¿Pero esto a qué viene? ¿por qué me tratas así?(hay algo que no me dice)
—Te trato como te mereces (voy a echarme a llorar)
—¿Por qué? (te quiero)
—Te odio (te quiero)
FUEGO
No quiero conocerme ni reconocerme, hoy no quiero saber, ni pensar, sólo quiero fuego, sólo tengo alcohol. Me ahogo, me disuelvo, lo disfruto, me deshago como hielo sobre carne caliente, me descojono de risa y lloro a la vez. Pienso en tramos de escaleras envolventes, enrevesadas por Escher, mundos imposibles, paralelos, (soy feliz)
PARALELOS
(sólo ahora)
´Líneas paralelas, condenadas a no juntarse nunca, siempre mirándose. Isla de conciencia rota soy, sólo por esta noche, solo por esta noche soy...
(3,2,1...)
infierno dulce e innombrable como bestia,
quisiera ser ese último invierno en tu garganta, las primeras gotas del verano, hacerte llorar. Aunque sería cruel disolverte en un mar negro de deseo sin razón, ¿o no? Tal vez no.
Absurdo e imperdonable, eso puede, y sin motivo: eso me enciende,
vamos a ello, si me lo das te pertenezco hasta que despertemos o despierte.
Todavía me queda una cerveza y he invitado al diablo, solamente falta alguien, tú sabes quién es.
PARALELOS
(sólo ahora)
´Líneas paralelas, condenadas a no juntarse nunca, siempre mirándose. Isla de conciencia rota soy, sólo por esta noche, solo por esta noche soy...
(3,2,1...)
infierno dulce e innombrable como bestia,
quisiera ser ese último invierno en tu garganta, las primeras gotas del verano, hacerte llorar. Aunque sería cruel disolverte en un mar negro de deseo sin razón, ¿o no? Tal vez no.
Absurdo e imperdonable, eso puede, y sin motivo: eso me enciende,
vamos a ello, si me lo das te pertenezco hasta que despertemos o despierte.
Todavía me queda una cerveza y he invitado al diablo, solamente falta alguien, tú sabes quién es.
saldremos
Me llamo Jordan, tengo quince años. Por favor,
por favor,
sácame de aquí. Estoy encerrado y está oscuro, hace frío, no puedo moverme y no dejo de temblar. Tengo miedo ¿dónde está mi padre?
Creo que me han tapado los ojos y no sé si me han atado a la cama donde estoy, porque no puedo ver nada pero OIGO, lo oigo todo y... no, no puedo más, por favor, por favor, quiero salir, por favor, ¿PUEDES OIRME?
¿POR QUÉ NADIE PUEDE?
No puedo hablar. No puedo gritar. Lo siento TODO: cuando me duele algo, cuando alguien se acerca y me toca, cuando me mueven.
Los pies me duelen mucho, sobre todo los talones y los empeines que parecen estar demasiado extendidos, mis dedos en bloque como en las pezuñas de un caballo. Creo que me han salido heridas en las caderas y en el coxis, he oído que es porque estoy demasiado delgado y quizá me falte algún nutriente, eso es lo que dice el hombre de la voz agradable y la mujer que me pone la música. Necesito que me muevan más y me cambien más frecuentemente de postura, dicen. Cuando me mueven algunas personas es un calvario; una vez sin querer me empotraron contra una barra o barandilla al girarme, o un barrote, o no sé qué era. Supongo que quien lo hizo no quería hacerlo.
Me han colocado un tubo en el estómago para darme líquidos, a veces demasiado fríos, a veces demasiado rápido. No controlo cuando eso sale de mi cuerpo y es horrible, cambia mi olor y empapa mi cuerpo hasta el cuello.
El otro día la mujer de la música puso una canción que cantábamos mi novia y yo con letra inventada, y me puse a llorar. Ella se dio cuenta. Avisó a mucha gente y les dijo que me había visto reaccionar a la música, pero sólo el señor de la voz amable la creyó. Alguien le dijo que seguro se me había metido algo en el ojo, a lo que ella contestó que salían lágrimas por AMBOS OJOS y no sólo por uno. Pero ni aún así la tomaron en serio, sólo él.
La mujer de la música siempre me habla. Me cuenta cosas que no me importan, o sí, no lo sé. Al parecer va a trabajar triste algunos días. Un día entró, cerró la puerta y después lloró conmigo un buen rato, aunque no me dijo por qué.
Si pudiera hablar, le preguntaría a ella dónde está mi padre. Lo único que recuerdo es que íbamos en coche y de pronto, algo pasó... una luz blanca centelleó en mi frente y "algo" impactó en algún sitio, aunque no sé si esto lo he soñado.
A veces presto atención a lo que las voces dicen a mi alrededor, aunque dicen cosas que normalmente no entiendo. "Crisis hipotalámica", "hiperpirexia", "fibrilación auricular", "PEG", "úlcera por presión", "nutrición enteral", "cánula de plata del número 6". Otras veces hablan entre ellas las voces, como si yo no estuviera allí, y hablan de mí. Dicen cosas que dan miedo. A momentos, intercalando, a veces hacen bromas entre ellos como si no pudiera oírles; no las entiendo bien pero les oigo reír.
Por lo menos ahora la mujer de la música viene menos triste y con más energía, me dedica tiempo extra, se sienta cerca de mí y me toma de la mano ayudándome a que me exprese moviendo los dedos. Es un movimiento mínimo, pero A VECES lo consigo. De esa forma puedo decir que "sí" o que "no" para responder preguntas, aunque no siempre y tan sólo eso me deja AGOTADO.
La mujer me mueve los dedos de la mano (sólo una mano) poco a poco todos los días. Están agarrotados, por eso lo hace. Coloca objetos blandos entre ellos para que los agarre y trabaja sobre las articulaciones. Me coloca en la mano enseres que identifico por la forma, una cuchara, por ejemplo, creo. Coloca mis dedos en la posición correcta en torno al mango y entonces recuerdo cómo se hace, porque he cogido una cosa así muchas veces y he hecho el camino a la boca. Lo recuerdo, pero aún no puedo hacerlo.
"Jordan, tienes que salir de esta", me dice la mujer de la música siempre antes de irse a casa "poco a poco, saldremos adelante".
por favor,
sácame de aquí. Estoy encerrado y está oscuro, hace frío, no puedo moverme y no dejo de temblar. Tengo miedo ¿dónde está mi padre?
Creo que me han tapado los ojos y no sé si me han atado a la cama donde estoy, porque no puedo ver nada pero OIGO, lo oigo todo y... no, no puedo más, por favor, por favor, quiero salir, por favor, ¿PUEDES OIRME?
¿POR QUÉ NADIE PUEDE?
No puedo hablar. No puedo gritar. Lo siento TODO: cuando me duele algo, cuando alguien se acerca y me toca, cuando me mueven.
Los pies me duelen mucho, sobre todo los talones y los empeines que parecen estar demasiado extendidos, mis dedos en bloque como en las pezuñas de un caballo. Creo que me han salido heridas en las caderas y en el coxis, he oído que es porque estoy demasiado delgado y quizá me falte algún nutriente, eso es lo que dice el hombre de la voz agradable y la mujer que me pone la música. Necesito que me muevan más y me cambien más frecuentemente de postura, dicen. Cuando me mueven algunas personas es un calvario; una vez sin querer me empotraron contra una barra o barandilla al girarme, o un barrote, o no sé qué era. Supongo que quien lo hizo no quería hacerlo.
Me han colocado un tubo en el estómago para darme líquidos, a veces demasiado fríos, a veces demasiado rápido. No controlo cuando eso sale de mi cuerpo y es horrible, cambia mi olor y empapa mi cuerpo hasta el cuello.
El otro día la mujer de la música puso una canción que cantábamos mi novia y yo con letra inventada, y me puse a llorar. Ella se dio cuenta. Avisó a mucha gente y les dijo que me había visto reaccionar a la música, pero sólo el señor de la voz amable la creyó. Alguien le dijo que seguro se me había metido algo en el ojo, a lo que ella contestó que salían lágrimas por AMBOS OJOS y no sólo por uno. Pero ni aún así la tomaron en serio, sólo él.
La mujer de la música siempre me habla. Me cuenta cosas que no me importan, o sí, no lo sé. Al parecer va a trabajar triste algunos días. Un día entró, cerró la puerta y después lloró conmigo un buen rato, aunque no me dijo por qué.
Si pudiera hablar, le preguntaría a ella dónde está mi padre. Lo único que recuerdo es que íbamos en coche y de pronto, algo pasó... una luz blanca centelleó en mi frente y "algo" impactó en algún sitio, aunque no sé si esto lo he soñado.
A veces presto atención a lo que las voces dicen a mi alrededor, aunque dicen cosas que normalmente no entiendo. "Crisis hipotalámica", "hiperpirexia", "fibrilación auricular", "PEG", "úlcera por presión", "nutrición enteral", "cánula de plata del número 6". Otras veces hablan entre ellas las voces, como si yo no estuviera allí, y hablan de mí. Dicen cosas que dan miedo. A momentos, intercalando, a veces hacen bromas entre ellos como si no pudiera oírles; no las entiendo bien pero les oigo reír.
Por lo menos ahora la mujer de la música viene menos triste y con más energía, me dedica tiempo extra, se sienta cerca de mí y me toma de la mano ayudándome a que me exprese moviendo los dedos. Es un movimiento mínimo, pero A VECES lo consigo. De esa forma puedo decir que "sí" o que "no" para responder preguntas, aunque no siempre y tan sólo eso me deja AGOTADO.
La mujer me mueve los dedos de la mano (sólo una mano) poco a poco todos los días. Están agarrotados, por eso lo hace. Coloca objetos blandos entre ellos para que los agarre y trabaja sobre las articulaciones. Me coloca en la mano enseres que identifico por la forma, una cuchara, por ejemplo, creo. Coloca mis dedos en la posición correcta en torno al mango y entonces recuerdo cómo se hace, porque he cogido una cosa así muchas veces y he hecho el camino a la boca. Lo recuerdo, pero aún no puedo hacerlo.
"Jordan, tienes que salir de esta", me dice la mujer de la música siempre antes de irse a casa "poco a poco, saldremos adelante".
¿has ido a la guerra?
<<¿Has ido a la guerra?
¿Has tenido miedo?
Vamos a matarte.>>
El soldado sabe que esta vez no podrá escapar. Son muchos los que le acosan y él está solo, desarmado y fuera de trinchera. Una gota de sudor resbala por su sien al tiempo que cada uno de sus músculos se tensa y todo se afloja por dentro, oh, no... ese calor húmedo resbalando por su muslo bajo el uniforme de batalla, ya sabe lo que es. Quizá uno pensaría que es lo de menos, pero para el soldado es la derrota anticipada previa a la tortura: ya es suyo, ya es de ellos y no le queda otra que ser consciente de su -a todas luces incuestionable- debilidad.
Es inminente, la tortura ocurrirá. No es la primera vez que le capturan y acorralan; él está curtido en mil batallas a las cuales día a día sobrevive para bien o para mal.
Dentro de unas horas saldrá del (infierno) callejón cerca del colegio para volver a casa. Se moverá tanteando entre contenedores de basura, retirandose una monda de naranja de la frente, aún con la banda sonora de las risas y los insultos reverberando en su cabeza. Recogerá lo que queda de sus libros -"hablas raro, niño sabihondo"- y cuadernos -"todo el rato dibujando machangos con alas, tronado"-, también las canicas que encuentre desperdigadas para volver a guardarlas en su bolsillo. Adora sus canicas: periquitos, españolas, galaxias, gasolinas, ojos de gato, picassos.
El soldado llegará a casa tarde y recibirá una dura reprimenda por haberse meado encima a sus 8 años de edad, ensuciarse el uniforme escolar y oler a basurero. Con el tiempo, tal vez esa letanía áspera de aquel al que aún admira se convierta en su propio mantra interior.
Le mandan a la cama después de cenar porque "hay que levantarse tempranito", y por si acaso, "no digas que no quieres ir al colegio cuando es tu ÚNICA obligación, la vida de un niño es fácil, ojalá yo tuviera tu edad", al fin y al cabo trabajan duro para pagarle ese colegio, eso el soldado lo sabe así que no se atreverá a replicar (tampoco se le pasará por la cabeza).
En la oscuridad del dormitorio, de nuevo solo, el soldado repasa los acontecimientos de ese día y aún se estremece. Cuaderno de bitácora: con certeza peor que ayer, probablemente no tal mal como mañana. Y sólo es martes.
Una angustia sin nombre que ya es familiar se apodera de él y le atenaza la garganta: sólo queda la tregua de la noche, demasiado corta, demasiado oscura hasta el día siguiente.
--Hasta mañana.
--Hasta mañana, mamá.
Y mañana, otra vez.
Entre unos y otros le llaman cerdo porque se mea, cobarde porque no se defiende, marica por tener miedo y por llorar (de paso sembrando el germen de la homofobia porque es gratis), vago y tonto porque suspende, nulidad, perdedor, pringao. Es irónico porque, de hecho, él es un soldado valiente cuya mayor victoria es seguir siendo él mismo día tras día.
Le dirán "HAZTE DURO, te lo digo por tu bien", cuando las personas sensibles NO TIENEN QUE DEJAR DE SERLO para estar en equilibrio. Le harán creer que la fuerza es hija de la brutalidad y no del conocimiento, que la sensibilidad es una debilidad y no una capacidad; le dirán muchas cosas que tomará como verdades para el resto de su (guerra) vida o hasta que decida probar a cuestionarlas, si lo hace alguna vez.
El adulto es el niño que sobrevivió.
¿Has ido a la guerra?
¿Has tenido miedo?
Vamos a matarte.>>
El soldado sabe que esta vez no podrá escapar. Son muchos los que le acosan y él está solo, desarmado y fuera de trinchera. Una gota de sudor resbala por su sien al tiempo que cada uno de sus músculos se tensa y todo se afloja por dentro, oh, no... ese calor húmedo resbalando por su muslo bajo el uniforme de batalla, ya sabe lo que es. Quizá uno pensaría que es lo de menos, pero para el soldado es la derrota anticipada previa a la tortura: ya es suyo, ya es de ellos y no le queda otra que ser consciente de su -a todas luces incuestionable- debilidad.
Es inminente, la tortura ocurrirá. No es la primera vez que le capturan y acorralan; él está curtido en mil batallas a las cuales día a día sobrevive para bien o para mal.
Dentro de unas horas saldrá del (infierno) callejón cerca del colegio para volver a casa. Se moverá tanteando entre contenedores de basura, retirandose una monda de naranja de la frente, aún con la banda sonora de las risas y los insultos reverberando en su cabeza. Recogerá lo que queda de sus libros -"hablas raro, niño sabihondo"- y cuadernos -"todo el rato dibujando machangos con alas, tronado"-, también las canicas que encuentre desperdigadas para volver a guardarlas en su bolsillo. Adora sus canicas: periquitos, españolas, galaxias, gasolinas, ojos de gato, picassos.
El soldado llegará a casa tarde y recibirá una dura reprimenda por haberse meado encima a sus 8 años de edad, ensuciarse el uniforme escolar y oler a basurero. Con el tiempo, tal vez esa letanía áspera de aquel al que aún admira se convierta en su propio mantra interior.
Le mandan a la cama después de cenar porque "hay que levantarse tempranito", y por si acaso, "no digas que no quieres ir al colegio cuando es tu ÚNICA obligación, la vida de un niño es fácil, ojalá yo tuviera tu edad", al fin y al cabo trabajan duro para pagarle ese colegio, eso el soldado lo sabe así que no se atreverá a replicar (tampoco se le pasará por la cabeza).
En la oscuridad del dormitorio, de nuevo solo, el soldado repasa los acontecimientos de ese día y aún se estremece. Cuaderno de bitácora: con certeza peor que ayer, probablemente no tal mal como mañana. Y sólo es martes.
Una angustia sin nombre que ya es familiar se apodera de él y le atenaza la garganta: sólo queda la tregua de la noche, demasiado corta, demasiado oscura hasta el día siguiente.
--Hasta mañana.
--Hasta mañana, mamá.
Y mañana, otra vez.
Entre unos y otros le llaman cerdo porque se mea, cobarde porque no se defiende, marica por tener miedo y por llorar (de paso sembrando el germen de la homofobia porque es gratis), vago y tonto porque suspende, nulidad, perdedor, pringao. Es irónico porque, de hecho, él es un soldado valiente cuya mayor victoria es seguir siendo él mismo día tras día.
Le dirán "HAZTE DURO, te lo digo por tu bien", cuando las personas sensibles NO TIENEN QUE DEJAR DE SERLO para estar en equilibrio. Le harán creer que la fuerza es hija de la brutalidad y no del conocimiento, que la sensibilidad es una debilidad y no una capacidad; le dirán muchas cosas que tomará como verdades para el resto de su (guerra) vida o hasta que decida probar a cuestionarlas, si lo hace alguna vez.
El adulto es el niño que sobrevivió.
¿Has ido a la guerra?
la puerta
Esa puerta había estado siempre ahí, en su casa, pero por ironías de la vida él no la ha abierto hasta ahora. Principalmente por falta de tiempo o eso cree, o por pasarla de largo al enredarse en el tedio que como tela de araña le tiene atrapado; quizá en el fondo por no quererla ver. Y bueno, también porque en su casa (de techos altos, bastante antigua) acierta a haber multitud de cachibaches que mecánicamente le impiden llegar a esa puerta cerrada. O se lo impedían, hasta ahora.
Cachibaches como mesas sin patas, sillas cojas, radios antiguas que ya no funcionan, juguetes, sombreros y libros cuya lectura él cree que no recuerda, con los cantos borrosos de polvo y apilados para elevarse como muros. Hay también alguna figura de porcelana oculta en el desastre, y, por supuesto, está el cable del antiguo teléfono como maroma retorcida de espirales, hecho bola en una esquina.
Dicen que hay gente capaz de colocar una piedra en lugar equivocado y mostrarte con ello el lugar verdadero. Este hombre no cree mucho en lugares verdaderos, quizá porque lleva demasiado tiempo solo y pasando de largo, quizá no.
Quizá un día cambió de idea y decidió buscarlos, esos lugares. Si es que eran lugares.
Ese día abrió la puerta, y cuando lo hizo sonrió bajo la luz del sol.
Cachibaches como mesas sin patas, sillas cojas, radios antiguas que ya no funcionan, juguetes, sombreros y libros cuya lectura él cree que no recuerda, con los cantos borrosos de polvo y apilados para elevarse como muros. Hay también alguna figura de porcelana oculta en el desastre, y, por supuesto, está el cable del antiguo teléfono como maroma retorcida de espirales, hecho bola en una esquina.
Dicen que hay gente capaz de colocar una piedra en lugar equivocado y mostrarte con ello el lugar verdadero. Este hombre no cree mucho en lugares verdaderos, quizá porque lleva demasiado tiempo solo y pasando de largo, quizá no.
Quizá un día cambió de idea y decidió buscarlos, esos lugares. Si es que eran lugares.
Ese día abrió la puerta, y cuando lo hizo sonrió bajo la luz del sol.